domingo, 25 de abril de 2010

Fragmento de Ágnes Heller: EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO. Barcelona, Península, 1994. (pp. 110-111)


(…) Resulta de interés que la época misma relacionara esa vehemencia incontenible (o sed de conocimiento) que excedía todas las posibilidades con la trascendencia: de aquí las abundantes leyendas de “pactos con el diablo”. La historia de Fausto demuestra además la frecuencia con que las personalidades verdaderamente grandes y apasionadas (a menudo personalidades trágicas) son capaces de “arrepentirse” en el momento mismo de enfrentarse con la descarnada realidad de la muerte. Pero ya desafíen al más allá con su estruendosa negativa, ya sitúen en el último momento su esperanza en la misericordia divina, todos ellos siguen siendo extraños a lo que venimos considerando estoicismo y epicureísmo. Extremo éste que hay que acentuar especialmente en el caso de Don Juan, puesto que el cliché común estima que el epicureísmo consiste en la búsqueda continuada de placeres. De donde se sigue que todo aquel que esté obsesionado por la obtención de gratificaciones y busque satisfacer sus apetitos hasta el nivel máximo ha de ser epicúreo. (…) Por lo que atañe al tema de Fausto, hay que observar que me refiero naturalmente al Fausto renacentista, en particular el de Spiess (1) y Marlowe, y no al protagonista de la obra de Goethe.
Don Juan y Fausto son casos extremos. El Renacimiento abundó en personalidades cuya vehemente temeridad surgía de una malinterpretación de la realidad y que por ese motivo no alcanzaban un género de autonomía estoica-epicúrea. Estos héroes trágicos suelen aparecer en Shakespeare y ahí tenemos a Lear. Pero el Renacimiento produjo también personalidades que no tenían el menor deseo de afrontar su “naturaleza” y que, una vez libres de la moralidad religiosa, desechaban todo freno y perdían primordialmente su relación objetiva consigo mismos; nos basta hacer referencia a figuras tan típicas como los tres Borgia. A menudo ocurría que la posición del individuo –o más bien el efecto recíproco de posición y carácter individual- hacía imposible que se alcanzase el ideal de conducta estoico-epicúreo. No tenemos más que pensar en otro héroe shakesperiano, Hamlet, que, a propósito del tema –y precisamente por este motivo- eleva la mirada hacia su amigo, el estoico Horacio.

(1) Se refiere la autora al Volksbuch von Doktor Faust, de autor anónimo, que publicó el impresor Johan Spiess en 1587. (N. de los T.)

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