domingo, 25 de abril de 2010

Addenda para enfoques críticos sobre Shakespeare: dos lecturas desde el discurso psicoanalítico

a) Análisis del autor a partir del texto. Fragmentos de “La muerte del padre de Hamlet”, de Ernest Jones

Cuando un poeta toma un viejo tema para crear una nueva obra, siempre es interesante, y a menudo instructivo, observar cuáles elementos de la historia cambia. Al ser tan escasos los detalles biográficos directos de Shakespeare, gran parte de lo que hemos llegado a saber de su personalidad se deriva de tales estudios. La diferencia entre la muerte del rey, como se relata en Hamlet, y como aparece en la historia, es tan notable que vale la pena examinarla desde más cerca.
(…) Por otra parte, en el drama Hamlet, Claudio niega tener alguna responsabilidad en la muerte de su hermano y propala una historia, un tanto increíble, según la cual el rey murió al ser mordido por una serpiente, mientras dormía en el jardín. No nos informa cómo se enteró de esto, ni que clase de serpiente era la de tal mortal picadura. Mucho habría que decir respecto a ese “jardín”, pero podemos suponer que simboliza a la mujer en cuyos brazos fue asesinado el rey. Empero, la versión del fantasma es totalmente distinta. Según él, Claudio lo encontró durmiendo, y vertió en su oído un destilado de ébano (cosa aún más increíble desde el punto de vista médico). Nos dice que el veneno rápidamente se extendió por las vías naturales hasta que su carne delicada quedó cubierta “por infecta costra”. (…) La brutal carnicería, al estilo nórdico, queda reemplazada así por una disimulada forma de asesinato, a la italiana, lo cual ha motivado mil investigaciones,  que aquí no nos interesan, acerca de la influencia italiana sobre Shakespeare. Idéntico método es aplicado en la escena del teatro, donde el sobrino asesina al tío –que se hallaba en reposo después del coito-, echándole veneno en la oreja, e inmediatamente se casa con la viuda, a la manera de Ricardo III. (…) Si lo traducimos todo al lenguaje del simbolismo, vemos que la historia narrada por el fantasma no difiere mucho de la de Claudio. Para el inconsciente, “veneno” significa cualquier fluido material cargado con una intención siniestra, en tanto que la serpiente ha desempeñado su conocido papel desde los tiempos del Paraíso. Por lo tanto, el ataque con intenciones homicidas tiene, a la vez, su componente agresivo y uno erótico, y podemos notar que fue Shakespeare quien introdujo el último (la serpiente). Más aún: el hecho de que el oído, para el inconsciente, se identifique con el ano es algo sobre lo cual ya he aducido abundantes pruebas en otro texto. Así, el ataque de Claudio a su hermano hemos de considerarlo, a la vez, como una agresión criminal y un ataque homosexual.
¿Por qué dio este extraño giro Shakespeare a una sencilla historia de envidia y ambición? El tema de la homosexualidad, en sí mismo, no nos sorprende en Shakespeare. En forma más o menos encubierta, una pronunciada femineidad y una disposición a intercambiar los sexos son destacadas características de sus obras y, sin duda, también de su personalidad. (…) Mi experiencia analítica, simplificada en el caso que nos ocupa, me mueve a hacer la siguiente reconstrucción del desarrollo homosexual. Junto con el narcisismo se presenta una actitud femenina hacia el padre, como presunta solución de los intolerables impulsos de castración y crimen provocado por los celos. Estos impulsos pueden persistir, pero cuando el temor a la autocastración que ello implica llega a predominar, es decir, cuando es poderoso el impulso masculino, la agresión original se reafirma, pero esta vez bajo la máscara erótica de una homosexualidad activa.
Según Freud, Hamlet estaba inhibido, en último análisis, por un reprimido odio hacia su padre. Nosotros hemos de añadir a esto el aspecto homosexual de su actitud, por lo que, como tan a menudo sucede, tanto el odio como el amor desempeñan, cada uno, su parte.(pp. 34-39)



b) Análisis del personaje a partir del texto. Fragmentos de “Shakespeare y sus tragedias. La rueda de fuego”, de G. Wilson Knight. (Cap. II, La embajada de la muerte: un ensayo sobre Hamlet).

En esta primera sección indicaré la naturaleza del padecimiento mental de Hamlet. Quedará entonces claro que muchas de las escenas e incidentes que en el pasado han parecido difíciles pueden considerarse como expresiones de esa única experiencia mental o espiritual del protagonista que se encuentra en el núcleo de la obra. Al aislar así este elemento para analizarlo, intentaré simplificar al menos un tema –el más importante- de una obra desconcertante y difícil en su totalidad. Mi propósito estará, por ello, estrictamente limitado a una elucidación no de la obra en conjunto, ni aún de la mente de Hamlet en conjunto, sino de esta realidad central del dolor que, aun cuando será necesariamente relacionada, como efecto o como causa, con los acontecimientos de la trama y los otros personajes, es en sí misma básica, y debe ser el primer objeto de nuestra búsqueda.
La figura de Hamlet no tarda en llamar nuestra atención. Sólo en medio del esplendor de la corte, destacando su silueta contra un fondo de brillo, robustez, salud y alegría, aparece el pálido y doliente Hamlet, todo de negro. La primera vez que lo encontramos, sus palabras señalan la naturaleza esencialmente interna de su padecimiento. (…) Para Hamlet, sobre los seres de la Tierra se ha extinguido la luz. Ha perdido todo propósito de vivir. Ya conocemos una razón del estado de Hamlet: la muerte de su padre. (…) Ahora, durante el soliloquio de Hamlet, vemos otra razón: repugnancia por el segundo matrimonio de su madre. (…) Estas dos razones concretas de la desdicha de Hamlet están íntimamente relacionadas. Llora la muerte de su padre, y le atormenta el rápido olvido de su madre; semejante desenfado es infidelidad, y por tanto, impureza; y, como Claudio es el hermano del rey, también es incesto. Resulta razonable suponer que el estado mental de Hamlet, si no totalmente causado por estos hechos, al menos está definitivamente relacionado con ellos.
El alma de Hamlet está enferma de muerte… y sin embargo, aún había algo que habría podido salvarlo. En los desiertos de su espíritu, vacíos con la total vacuidad del conocimiento de la muerte –muerte de su padre, muerte de la fe en su madre- quedaba una flor: su amor a Ofelia. (…) Esto ocurrió antes que Hamlet viese al espectro, quizá antes de la muerte de su padre. Ahora bien: hay un enemigo supremo del demonio de la desesperación neurótica, su antítesis y brillante antagonista: el amor romántico. (…) Así, el amor de Ofelia es la última esperanza de Hamlet. Mas también esto le es arrebatado. Ella devuelve sus cartas y se niega a verlo, obedeciendo a la orden de Polonio, y esto se sincroniza implacablemente con la terrible carga de las revelaciones del fantasma. (pp.46-82)

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